jueves, 27 de septiembre de 2012

1-3

Llevábamos casi una hora esperando y Steiner todavía no llegaba. El frío de la mañana seguía calando hondo, y no podía dejar de maldecir a Steiner por su tardanza. Llegaba quince minutos tarde ¿Le habría pasado algo? Pensé que descargar un camión no es una tarea que se pudiera cronometrar con tanta exactitud. Así que traté de aguantar aquel frío glacial, y seguí esperando.
Ekdal estaba a mi lado, un tanto nervioso e impaciente. Parecía más tenso que yo incluso. Le di un empujón con el hombro para llamar su atención. Me miró algo sorprendido y luego sonrío.

- ¿El gran Ekdal está nervioso? -
- No es eso. -
- ¿Entonces? -
- ¿Recuerdas por qué me metí en esto? -
- Si, querías grabar tu nombre en los anales de la historia del mundo virtual. -
- Exacto. -
- Sigo sin cogerte camarada ¿Qué sucede? -
- Es muy bonito pasar a la historia. Pero ¿De que te sirve si no estás vivo para saberlo? ¿Y si sale mal? Seremos borrado del mundo, de la existencia. Igual seríamos noticia los dos primeros días. Luego, después de que nos ejecutaran, seríamos borrados de los archivos y nunca más se volvería a hablar de nosotros. Nuestra hazaña no serviría para nada. -
- Por eso no podemos fallar. No debes preocuparte por ello. Si lo conseguimos pasaremos a la historia. No lo dudes. Nuestro acto será el principio de algo nuevo. Muramos o no en el intento, no importa. Lo que importa es que habremos comenzado algo que otros como nosotros continuarán. Nosotros abriremos la veda. No somos los únicos en contra de este podrido sistema, pero si seremos los primeros en hacer algo contra él. Si esto funciona, el resto pensará que es posible acabar con el sistema. Es algo simbólico ¿Entiendes? -
- Supongo que tienes razón. -

A pesar de su respuesta, seguía sin parecer muy convencido de lo que le había dicho. Notaba a Ekdal disperso. Como en otro lugar. Algo parecía atormentarle.

Pasaron otros diez minutos hasta que el camión de Steiner cruzara ante nosotros. Vi como Rainen y otros camaradas salían corriendo desde los oscuros callejones hacia el transporte. Ekdal y yo esperamos a que pasara por delante nuestro. Cuando al fin lo hizo, corrimos a una velocidad endiablada para atrapar el camión y entramos en la parte trasera.

Una vez dentro permanecimos en silencio mirándonos los unos a los otros. Todos estábamos con el semblante serio e impasible. Todos excepto Ekdal, que se le veía inquieto. Por un momento creí que bajaría del camión.

- ¿Recordáis todos el plan? -

Todos asintieron. Parecían estar totalmente convencidos de lo que íbamos a hacer. Hubiera dado cualquier cosa por saber lo que pensaba cada uno en aquel momento. Aunque supuse que sería algo parecido a lo que yo pensaba. Por mi parte, no se me quitaba de la cabeza que avanzaba hacia mi propia muerte, y que no me obligaban a ello, si no que lo hacía por voluntad propia. Algo así como un suicidio. Eso si, sería un suicidio por una noble causa. Pero no pude evitar que se me pasara por la cabeza una incógnita difícil de contestar ¿Era morir matando algo noble? Pensé en la ironía que suponía, pero luego recordé que no pretendíamos ser éticos con nuestras acciones. Sólo perseguíamos un objetivo, y con el tiempo que fuera la propia sociedad quien nos juzgara. A veces el fin justifica los medios, especialmente cuando hay otro medio para conseguir algo. Yo quería pensar que la sociedad nos juzgaría teniendo en cuenta eso.

El camión dejó de moverse y oímos la puerta de la cabina abriéndose. Steiner se dirigía a noquear al guardia en aquellos momentos. No tardó ni cinco minutos en volver a por nosotros, y cuando llegó le seguimos hacia donde el guardia atado y amordazado descansaba plácidamente. En la garita había un escritorio con varios monitores colgados en la pared. Desde estos se observaban los distintos puntos del hangar de camiones. En la silla de ruedas, yacía el vigilante. Parecía feliz. Seguramente era la primera vez que descansaba en muchas horas.

Ekdal se ofreció a trepar por el conducto de aire e ir a por los monos de trabajo reglamentarios. Pasaron veinte largos minutos en los que uno pensaba si el plan saldría bien. Saliera como saliera, ya era demasiado tarde para echarse atrás. Finalmente Ekdal llegó con los trajes. Nos los entregó junto con el dispositivo móvil.

Una vez vestidos nos dirigimos al ascensor para subir a la parte alta de la torre. El ascensor tardó casi diez minutos en llegar hasta allí. El ascenso se hizo interminable. Por momentos pensé que nos dirigíamos hacia el cielo nublado, hasta que al fin el timbre del ascensor nos alertó de que estábamos en la planta.

Al salir nos encontramos con algo verdaderamente extraño para nosotros. La luz del nos daba de lleno. La mayoría nunca habíamos visto tanta luz solar, tanta calor concentrada en un punto. Era increíble. Los rayos del sol en los distritos eran casi un mito. Aunque había lugares específicos donde en algún momento del día estos se posaban y podías disfrutarlo durante unos pocos minutos. Pero aquello era la magnificencia absoluta. El cálido halo de luz que proyectaba la bola de fuego nos emocion.

La azotea era una gran pista de aterrizaje llena de helicópteros. Había hasta siete de ellos. El ascensor estaba en el centro. A su alrededor había tres montacargas. Si trazabas tres líneas juntando los puntos formabas un triángulo isósceles. Alrededor del triángulo estaban situados los helicópteros.

Nosotros nos dirigimos al montacargas más próximo al C045. Era el helicóptero que más desentonaba. Era el más grande y estaba equipado con armas de fuego, y el que se dirigía al Bimax. No obstante, yo no pude aguantar la curiosidad y fui a mirar que había en las afueras de la ciudad. Me desvié un poco de donde estaba el C045 para asomarme. La imagen que se descubría ante mis ojos me dejó atónito. Un inmenso océano dónde no se distinguía nada más que agua, y más agua en el horizonte ¿Estaba Oztral construída sobre un océano? Pocos habitantes del distritos pobres debían saber que había a las afueras, ya que estos no solían ver más allá de ellos. Yo era uno de los pocos que sabía que rodeaba Oztral en aquel momento. Al menos, hasta que aquel guardia empezó a hablarme.

- ¡Tú! Vuelve al trabajo y deja de mirar hacia las afueras. Por mucho que quieras huir no lo conseguirías. Ya has visto que estamos rodeado de un océano de agua salada, aunque no lo que rodea Oztral es h2o. -
- ¿Eh? -
- Nada, vuelve al trabajo compañero. No hagas que te abra un expediente disciplinario. -
- ¿Qué hay en el otro extremo? -
- Hay otro océano, pero de arena. Oztral está construida en la playa de un desierto. -
- ¿Dónde están las minas y las granjas entonces? -
- Vuelve al trabajo pedazo de escoria. -
- Enseguida. -

Aquel hombre tenía una voz metalizada. Su gorra y gafas de aviador ocultaban su rostro y a pesar de su voz no parecía uno de esos severos policías del gobierno. Su forma de andar era extraña para un guardia. Se movía como una gacela. Parecía que se deslizara a través del aire. Sólo las mujeres se movían así, y sólo una clase de mujeres: las de los suburbios. Algo me decía que aquella persona estaba metida en algún tipo de asunto como el nuestro. Aunque había oído hablar de un cuerpo de seguridad secreto que había en el gobierno llamado los Condotieros. Aquel cuerpo estaba formado por personas que vivían en los distritos pobres y se les pagaba un dinero por hacerse pasar por ciudadanos de los distritos pobres e infiltrarse en aquellas sociedades clandestinas que se encontraban debajo de la ciudad. A veces incluso se infiltraban en las mafias para tenerlas controladas tramaban. Aunque desde que las mafias se convirtieron en un ente que servía al gobierno, los condotieros casi no tenían razón de existir. Así que muchos de ellos acabaron ocupando puestos de pocamonta, mientras el resto seguiría en el subsuelo indagando sobre que conspiraciones se estaban gestando contra Hitcov. El guardia tenía pinta de ser uno de esos condotieros relegados a puesto de menor importancia. Fuera quien fuera, tenía un objetivo y casi lo echaba a perder por soñar despierto.

Sin más demora, volví a cargar las cajas de suministros en el helicoptero junto al resto de mis camaradas.

Ya habíamos terminado el trabajo cuando el guardia de antes se dirigió hacia nosotros:

- ¿Cual es vuestro helicóptero?
- !Éste, señor¡- respondí yo.
- No puede ser. Dejadme ver vuestros dispositivos.

Se los entregamos. Los miró con cara de incredulidad. El falso dispositivo había funcionado. Sin embargo, el guardia se mostraba reacio a creerlo. No se fiaba de nosotros, y nosotros tampoco de él. Yo todavía creía que aquella persona que había detrás del uniforme era sospechosa ¿Sería de la policía secreta? Era imposible, puesto que excepto Steiner por su trabajo, habíamos permanecido juntos durante todos aquellos meses. No se nos podía escapar ningún tipo de posible infiltrado ya que de ser así lo hubiéramos detectado. Pero aquel tipo sospechaba algo.

- Subiré con vosotros. -

Todos nos miramos y asentimos. Steiner levantó su pulgar sin que el guardia mirada y se lo acercó al cuello. Su gesto fue claro: había que liquidarlo.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Mi amigo el babuino 4

Los días lluviosos exasperantes cuando vas por la calle. Habrá el típico listillo que diga que no es así. Pero ese listillo que dice que le produce calma y sosiego seguro que se lo pasa en la terraza de su casa viendo como cae el agua placidamente. En eso estamos de acuerdo, contemplar el espectáculo de las gotas caer del cielo para chocar y dispersarse en el suelo trae paz y tranquilidad a tu alma ¿Pero y si vas por la calle?

Ahora saldrá otro desgraciado que dice que le gusta mojarse bajo la lluvia. Yo le digo que se moje él, porque yo no pienso volver a hacerlo. Al menos yendo con mi amigo el babuino.

Era verano, y una de esas típicas tormentas que duran una tarde, pero que son tan intensas como un choque de titanes. Salíamos de un bar y no se me ocurrió otra brillante idea que ir corriendo en chanclas, y lo recalco bien ¡en chanclas! Obviamente lo hacíamos para ir corriendo hacia nuestra casas. Pero algo ocurrió.

- Vayamos corriendo hacia nuestras casas va. No seas aburrido tío.
- No soy aburrido es que no quiero mojarme, esperemos mejor que deje de llover.
- No. Va, vayamos. Será divertido.
- ¿Qué tenemos? ¿11 años?
- Pues como si lo tuviéramos nen. Va.
- Bueno vale. Emprendamos este viaje.

Salimos corriendo atravesando la calle para irnos a un saliente que había en el bloque de pisos para así refugiarnos debajo de él. Yo no me hice nada, pero al mirar a mi amigo me encontré un panorama muy diferente al que pensaba.

Mi amigo estaba sangrando por un dedo gordo del pie. Se había dado un golpe al ir a subir un bordillo. Por lo visto resbaló y al resbalar fue cuando recibió el impacto. No hace falta que os describa la cara pero era algo así.


Era obvio que se había hecho daño y su cara reflejaba que la sangre que corría por sus venas se había convertido en mala leche.

- ¿Tío estás bien?
- ¿Qué si estás bien? Joder. Es que te lo dije tío. Porque siempre se tiene que hacer lo que tu digas. Nunca me haces puto caso. Y ahora a joderme yo.
- Bueno lo siento...
- Con un lo siento no se me va a ir el dolor. Es que siempre estamos igual...en fin, vamos a dejarlo porque no quiero hablar.
- Ok.

Permanecimos todo el camino en silencio, caminando descalzos sobre la lluvia para no volvernos a resbalar, porque si, yo también acabé resbalándome y cayéndome al suelo de culo. Si algo podía colmar el vaso, era aquello. Desde aquel día jamás volví a proponer semejante gilipollez yendo en chanclas y con mi amigo el babuino.

jueves, 13 de septiembre de 2012

1-2

Al salir del cartel la calle se encontraba vacía. La mayoría de la ciudad dormía plácidamente. Pensé en la bonita metáfora que significaba aquella imagen que se mostraba ante mis ojos. Esa gran humanidad sumida en el largo letargo al que un tirano los había inducido pronto despertaría.

Seguimos avanzando en línea recta por aquella rúa llena de sombras. Las farolas destellaban un tenue halo de luz amarillo que se mezclaba con la niebla que manaba de las alcantarillas. Uno pensaba que estaba atravesando un cúmulo dorado que te helaba el cuerpo. Hacía frío aquella madrugada en Oztral, tanto que se sentía hasta en los huesos. Seguí caminando con un ritmo más alto para calentar mi cuerpo. Mientras observé a mi alrededor con meláncolía y desprecio. El distrito era una jungla de maltrechas casas construidas con despojos metálicos. Recordé como con doce años trepaba por sus tejados para explorar la ciudad sobre ellos. Era más divertido saltar de tejado en tejado, o improvisar puentes inestables para atravesarla. Por un momento, añoré volver a esa edad en la que uno no tenía preocupaciones, y me vino a la memoria como empezó toda esta contienda.

Yo viví toda la vida sin padres humanos. Mi familia fue un grupo androides que trabajaba construyendo el metro de la ciudad. Siempre dijeron que fui un regalo divino para todos ellos. Los robots, a diferencia de los humanos, eran incapaz de procrear. Dependían completamente de los seres humanos para ser fabricados.

Fue en un ocaso de noviembre cuando aparecía en sus vidas. Yo tenía dos años. Uno de ellos me encontró en las inmediaciones de una de las bocas de metro del distrito Beta. Ellos me adoptaron y criaron en aquel entramado de túneles oscuros. 

Su vida estaba practicamente subyugada a aquel lugar. Pocas veces salían de allí, puesto que era su hogar y lugar de trabajo. Recuerdo que en cada estación había un almacén para descansar. Aunque ellos pocas veces descansaban. Normalmente dejaban de trabajar cuando su rendimiento empezaba a estar por debajo de lo normal. Cuando eso ocurría, que solía ser a las doce horas de trabajo continuado, los enviaban a algún taller del distrito en el que estuvieran trabajando. Allí le revisaban sus circuitos, engrasaban sus engranajes, y los mandaban a que recargaran sus baterías para la nueva jornada laboral. 

La batería de los robots puede durar meses encendida, pero la gran carga de trabajo las agotaba con rápidez. Era por eso que su rendimiento se reducía, porque con menos energía estos ejecutaban sus tareas con menos esfuerzo para durar el mayor tiempo posible. Pues si ésta se agotaba, el androide sufría lo que se conoce como una muerte existencial. Ellos podían volver a la vida si se les volvía a cargar la batería, pero toda su memoria desaparecería, y con ella, su sentido de la vida. Era como si en vez de resucitar, volvieran a nacer. Una mente en blanco que debía a aprenderlo todo. Cuando un robot es creado, o vuelve a nacer, lo primero que aprende es a hacer un trabajo que realizará durante toda su existencia. Lo segundo es el lenguaje para comunicarse con los seres humanos. 

Es curioso como los seres humanos creen que los robots no poseen la capacidad para entender las emociones humanas por esta primera enseñanza. Obvian que nosotros también nacemos con una primera lección aprendida, y que es justamente el lenguaje lo que nos hace comprenderlas. Es la información que se nos transmite a través de los cromosomas de nuestro ADN. Al igual que la mayoría de los animales. Es lo que denominamos instinto ¿Cómo se explica si no que un recién nacido sepa que cuando su madre le pone el pecho es para alimentarse? ¿Cómo se explica que un gato doméstico sepa cazar habiéndose criado entre humanos que no le han enseñado? Es el instinto lo que les mueve. Desde el inicio de nuestra vida sabemos que para sobrevivir necesitamos matar el hambre, y sabemos que hacer para conseguirlo. Esa primera lección que se le enseña al robot es su instinto. Saben que para sobrevivir deberán realizar esa tarea para la que fueron programados, y esto no les impide comprender las emociones, pues lo segundo que aprenden es el lenguaje que les da esa capacidad.

Todavía recuerdo cuando toda aquella cuadrilla de robots murió. Las obras del metro ya estaban casi terminadas y apenas quedaron una decena de ellos para completarlas. El resto fue enviado a uno de esos talleres para ser descargados. Después fueron enviados a las Minas de Litrion. Nos enteramos de ello cuando alguno de los incompetentes funcionarios del gobierno envió a uno de esos robots reprogramados al metro. Todos reconocimos a KP4, pero él no nos reconoció. Aunque los androides no eran capaces de gesticular, sabían lo que había pasado. Al igual que supusieron que cuando las obras del metro finalizarán, ellos correrían el mismo destino. Todos entendieron que aquello que les ayudaba a sobrevivir con el tiempo les mataría. Lo peor de todo no era darse cuenta de ello, sino que eran incapaces de ir en contra de su instinto. Sentían una necesidad interior de seguir realizando aquel trabajo, y no eran capaces de reprimirla, al menos, al principio

Con el tiempo aprendieron a dominarla. Al igual que el ser humano era capaz de realizar huelgas de hambre para reivindicar algo, ellos fueron capaces de nadar a contra corriente y superar sus impulsos vitales. Pero aquello fue su definitiva perdición. Cuando el gobierno se enteró de que aquellos obreros de metal se revelaban quisieron acabar con el problema por la vía rápida.

Fue en una calurosa tarde de julio. Decenas de policías entraron en el metro para llevarse a los robots declarados en huelga. Ninguno se resistió, y a pesar de ello, fueron acribillados con armas de fuego explosivo. Uno por uno fueron reventando ante mis ojos. Se veían saltar por los aires las piezas que los componían. No pude evitar ir a avisar a los que estaban trabajando. Temía que sufrieran la misma desgracia. Corrí hacia los túneles intentando evitar que no me vieran. Esquivando su fuego de alcance. Pero fue en vano. Cuando estaba apunto de entrar en el túnel un disparo me alcanzó. Salí despedido y sentí como mi craneo se hacía trizas al chocar contra el suelo. Quedé extendido en el suelo, y me percaté de que ya sólo veía por un ojo. Medio pecho me ardía, y no sentía la mitad de mi cara derecha, ni mi brazo. No aguanté mucho tiempo aquel insoportable dolor y me desmayé.

Desperté en uno de los talleres de mantenimiento del último distrito que quedaba por comunicar. Resultó que los policías sólo fueron a por los robots rebeldes. Los otros corrieron otra suerte. La de ser descargados. Sin embargo, el hombre que trabajaba en aquel taller me contó que uno de esos robots que ahora estaban en las Minas de Litrion, me salvó. Por segunda vez, aquellos supuestos autómatas sin corazón acudieron en mi ayuda. Por lo visto, cerraron mis heridas soldándome unas placas metálicas. Luego me llevaron al taller donde desperté y el hombre me reconstruyó las partes afectadas.

Tenía la mitad de la cara, así como medio craneo, recubierta de placas de titáneo. Podía ver con los dos ojos, aunque uno de ellos sólo me permitía ver las cosas en un color rojizo. Cómo si mirara a través de un cristal rojo. La mitad de mi pecho estaba recubierta de placas metálicas, y tenía un brazo mecánico que funcionaba a la perfección. Sin lugar a duda, aquel hombre era un manitas. Su nombre era Qüibik.

Me contó que en otro tiempo se había dedicado a la ciencia médica. Más concretamente a la cirujía de reconstrucción humana. Durante muchos años trabajó en los hospitales del distrito Central, pero una supuesta negligencia médica le condenó a vivir en el distrito Omega. Por lo visto, cargó con el muerto de uno de los parientes lejanos del Ádalid. Así que se tuvo que adaptar a su nueva vida en los suburbios. Por ello montó un taller dedicado a su campo de la medicina, y el mantenimiento de robots. Aunque bien era cierto que sólo cobraba por los robots, que corrían a cuenta del gobierno. Lo otro lo hacía por un fin altruista.

No pasaron muchos días cuando por fin salí de aquel taller. Tenía 15 años, y me di cuenta que aunque aquellos robots evitaron que cayera en manos de la muerte no me habían enseñado nada más que a construír túneles y vías. Posiblemente en la Minas de Litrion hubiera sido útil, a pesar de que el proceso era algo distinto, pero no temía encontrarme con aquella familia que me miraría como a un extraño. Así que le pedí a Qüibik que me enseñara lo que él sabía hacer, que me adoptara como aprendiz. Aunque insistió en que era demasiado complicado para mí y que no tenía los medios suficientes para enseñarme, accedió a enseñarme todo lo que pudiera.

Siete años después era capaz de realizar el mantenimiento de robots, así como crear y trasplantar miembros mecánicos a los seres humanos. Qüibik estaba impresionado. Aunque jamás conseguí llegar al nivel de cirujía que él tenía. Mi límite estaba en los miembros. Era capaz de construir órganos mecánicos, pero nunca los introducía en un cuerpo humano. Mi tutor dijo que era irónico que con la basura que traían de los vertederos fuera capaz de construir verdaderas obras de arte para la cirujía de reconstrucción, y que luego no fuera capaz de operar con ellas.

Eran buenos tiempos para mi, pero lo bueno no solía durar en Oztral. Un día yendo al vertedero a por materiales, Qüibik fue alcanzado en un tiroteo, muriendo en el acto. Fue un ajuste de cuentas entre mafias. Pasaba frecuéntemente hasta que el gobierno decidió intervenir en el asunto. Supongo que se daría cuenta de que no era beneficioso para el control del estado que una de sus herramientas se autodestruyera. Fue cuando éste propuso a las mafias controlar el tráfico de materiales de los túneles dirigidos hacia los vertederos. Toda una jugada maestra por parte del gobierno. A cada mafia le correspondería la misma parte del botín. Realmente la guerra no acabó, pues se instauró otra de precios. Pero poco importaba ya que las mafias ya no necesitaban dar golpes y robar en sus distritos a los comerciantes. Seguían teniendo el poder de la fuerza, pero ahora además controlaban un mercado que les evitaba usar esa fuerza. De ese modo no habría más conflictos, puesto que se competía a través de los precios, ya no era necesario planear golpes en distritos que no fueran los propios. El simple hecho de poner algo a un precio inferior al de tu competidor ya atraía a clientela de cualquier distrito, y con una ciudad bien comunicada por el metro, el escenario era el ideal. Aunque eso sólo trajo riqueza para las mafias, pues antes de hacerse con el control de los túneles, la basura era gratis.

Fue entonces cuando decidí que debía hacer algo, que las cosas debían de cambiar. El mundo no era más que una jungla salvaje. Daba igual cual fuera tu condición. Podías ser un ciudadano libre, o un robot esclavizado y en teoría protegido por el gobierno, pues tu vida estaba sometida a lo que unas élites quisieran. A veces incluso perteneciendo a éstas, como pertenecía Qüibik, seguías siendo un títere más en manos de un sólo individuo: Hitcov. Por ello me decidí a crear Artequia, para estripar la raíz del mal de aquella sociedad, y ese mal era Hitcov.

Doblamos la esquina de la calle hacia la derecha. A partir de ahí el grupo se fue descomponiendo a medida que penetraban los callejones que daban a la avenida que llegaba al mercado. Nos escondimos en los callejones esperando que Steiner llegara con el camión. El distrito seguía guardando un silencio sepulcral, hasta que de una tapa de alcantarilla se escuchó el retumbar del tren cruzando los túneles. Oztral estaba despertando.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Anotaciones de un simio 5

En ocasiones me paro a analizar el mundo y me pregunto el porque de esta situación ¿Por que la sociedad ha perdido toda la fe, ya no en los políticos, sino en la misma política? ¿Por que ha aceptado todo lo que ocurría y ahora recogemos lo que se ha sembrado?
Hace poco, haciendo un recorrido por nuestra historia descubrí dos antes y después que nos cambiaron para siempre. El primero lo hallé después de la Segunda Guerra Mundial. Después de habernos metido en un conflicto armado que dejara a Europa devastada, empezamos a crear una nueva sociedad basada en ciertos compromisos de solidaridad, que como no, regularía un estado para que ésta de algún modo, evitando que nuestro lado más egoísta no la aceptara, se impusiera. En cualquier caso, los individuos aceptaron y avanzaron de buena gana hacia la reconstrucción de una Europa en ruinas. Fue así como nació la social-democracia, y con ella, el estado del bienestar. Él mismo que permitió que toda una serie de generaciones, de cualquier estamento, pudieran vivir en un país que les proporcionara una educación, una sanidad pública, además de una jubilación que le asegurara una vejez tranquila, es decir, practicamente una sociedad que nos diera la mismas posibilidades de prosperar en la vida.
Y es en ese momento, es cuando llegamos al segundo punto culminante de nuestra historia. La social-democracia no sólo aseguró lo antes mencionado, también dio a luz a nuevas generaciones que nacerían en una social-democracia ya construida. Resultó curioso que esas mismas generaciones no supieran apreciar este nuevo estado. Mientras sus progenitores se sentían orgullosos de haber llegado a crear una sociedad a priori más igualitaria de las que había habido jamás, sus hijos no la valoraban. La nueva generación consideró esta creación como algo dentro de lo normal, algo que ya estaba antes que ellos, y que por lo tanto estaba anclado en el pasado. Para nuestra sorpresa, no avanzó para mejorar este estado arcaico para ellos. No lo modernizó, pues su idea lo que debería ser el estado no era la misma. Su idea era tirando más a otra cosa. Lo progresista ya no era pensar en el colectivo. Ya no tenía tanto valor el grupo, sin embargo, si lo tenía el individualismo  De hecho el colectivo empezó a perder su valor a partir de esta generación que preferió centrarse en sus propios intereses. En un principio, en años como la conquista de los derechos de las mujeres, la lucha contra la segregación racial y otras nobles causas fueron de interés individual para estas nuevas generaciones, y se avanzó hacia un mundo más igualitario, más humano. Pero llegado los años 70 algo cambió. La intervención del estado social-demócrata empezó a verse como un obstáculo en las aspiraciones individuales de estos nuevos ciudadanos. Empezaron a despreciar lo que sus abuelos y padres consiguieron, centrándose cada vez más en ellos mismos. En resumen, se volvieron egoístas. Y no sólo eso, también sus políticos, pertenecientes a sus mismas generaciones. Y así fue como nació el neoliberalismo.
Con este nuevo monstruo ideológico la sociedad cambió. La política empezó a dejar de ser de interés público para la sociedad. Ésta ya no tranformaba la realidad, en todo caso impedía cambiarla. Y puesto que los intereses eran individuales, dificilmente iban a tener una representación en el estado. La mayor representación del individuo sería el propio individuo, y la política debía ocuparse entonces de tratar que ese individuo tuviera las menores restricciones posibles para hacerlo. En esta nueva sociedad ya no importaba el bienestar general, sino el interés individual. Así fue como los individuos se abandonaron a sus propios intereses, se encerraron en si mismos y olvidaron a la sociedad de la que ellos formaban parte. En consecuencia, la política quedó degradada. Puesto que cada persona buscaba sus propios intereses, y el pensamiento predominante era ese, los políticos no serían algo distinto, de tal forma que así comenzaría la desafección política que hoy reina en nuestra sociedad.

Ironías de la vida que esto ocurriera así. Como son también que ahora haya movimientos que traten de separarse de los poderes burocráticos, y que desde una posición que el propio sistema no contempla como un posible motor de cambio, quieran volver a recuperar la social-democracia que antaño fue un obstáculo para sus intereses individuales.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La dialéctica del gorila con gafas 2

¿Nunca habéis odiado a la gente que mira a otra gente por encima del hombro porque creen tener un rasgo les hace especiales en comparación con el resto? Seguro que sabéis de lo que hablo. Son esas personas que se creen una especies de gurús de la sabiduría y luego son un saco de mierda. Perdón por el vulgarismo, pero es que me sacan de quicio. Porque encima tratan de hacernos sentir culpables por no ser como ellos, cuando ellos son igual que nosotros.

Hace unos días una persona allegada a mí me hizo saber que también conoce gente así, y para más inri, encima se tortura así misma leyendo perlas como "Vivo en un mundo de conformistas disfrazados de revolucionarios". Lo sé, estáis de acuerdo con lo que dice. Yo también. A mi lo que me molesta no la frase en si. Lo que me molesta es la persona, que es justamente una conformista más. Nadie lo puede negar, porque en esta sociedad somos conformistas, incluso el que detecta y se indigna por ello. Y me baso en la manera de actuar de estas personas.

¿Y cual es la forma de actuar de estas personas? Pues su manera de actuar es soltar obviedades que no se aplican al cuento, y luego acusar al resto del mismo pecado. Algunos incluso te echan la culpa de ahogar su espíritu revolucionario por ser un conformista. Aunque no lo seas, todo hay que decirlo. Lo peor es que ahí no acaba, porque es en ese momento en el que te han soltado una frase digna del mismísimo Che Guevara, Vladimir Lenin, Maximilien Robiespierre, y toda la casta de revolucionarios de nuestra historia, incluido héroes de cómics como V de Vendetta, que llegan al extasis del individuo transgresor. Un estado que dura hasta que por fin van de vientre. Entonces se tranquilizan. Lo que os decía del saco de mierda ahí lo tenéis plasmados. Pero lo único ciertos aquellos que quieren hacerte creer que eres un "poser" del Che, también lo son, y que si realmente no lo fueran, no importaría el número de conformistas que hubiera en la sociedad, porque un verdadero revolucionario es capaz de morir por sus principios. Y si es capaz de morir, también es capaz de fracasar en su empresa.

Claro que es cierto que en una sociedad como la de hoy en día es imposible que una revolución triunfe. Al menos, por el momento. Pero el hecho de que esto sea así no implica que al menos se puedan implantar unas bases, o contribuir con un pequeño granito de arena. No obstante, siempre será más fácil decir "Vivo en un mundo de conformistas disfrazados de revolucionarios" que analizar la situación para saber que cosas se pueden llegar a cambiar, y creedme, si te paras a hacer ese análisis, se puede llegar a cambiar algo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

1-1

Desperté en la penumbra de nuestro cuartel general creyendo que sería el principio del cambio en nuestro mundo. Por fin, aquella humanidad sumida en las tinieblas de los rascacielos volvería a ver la luz del sol que estos le habían arrebatado. Ese día se ejecutaría el plan Deshacer El Mundo. Todas las fichas estaban puestas sobre la mesa para acabar con la vida de nuestro líder supremo, el Adalid Hitcov.

Hitcov llegaría al poder 80 años antes de aquel día bajo un aura salvadora de humanidad. Nadie supo nunca a ciencia cierta cuando fue el momento en que pasó de ser el salvador la especie, a ser uno de los tiranos más sanguinarios de nuestra historia. Muchos decían cuando abandonó el estado de humano para convertirse en una máquina, y que ese fue el motivo de que perdiera la capacidad humana para sentir. El hecho es que su largo ciclo vital así parecía demostrarlo. La media vital de un ser humano era de 57 años. A sus 113 años, parecían confirmarse las habladurías sobre el androide carente de emociones y sentimientos que corrían por las tertulias clandestinas del subsuelo. Sin embargo, aun siendo cierta la teoría, cuando uno se ha criado entre seres robóticos sabe que Hitcov no era un retorcido psicópata con poder por haberse convertido en uno de ellos. Él siempre fue así, y aquel día pagaría por todos sus actos.

Salté de la litera para ir uno por uno despertando a todos mis camaradas. Estos, sabiendo de la importancia del día, fueron bajando a medida que despertaban hacia la Sala de Mando, donde repasaríamos el plan por última vez. Desperté al último de mis compañeros y juntos bajamos a la Sala de Mando.

La Sala de Mando era una pequeña sala con sofás destartalados que rodeaban una mesa central. Ésta estaba iluminada por la única bombilla de la habitación y contenía los planos de toda la ciudad de Oztral.

La ciudad de Oztral era una megápolis de más de dos mil quilómetros cuadrados en forma circular. El último resquicio de humanidad de nuestro planeta se encontraba allí. Al menos eso decían. La ciudad tenía alrededor de unos treinta y ocho millones de habitantes, contando los trabajadores de minas, granjas en las afueras de la ciudad. La ciudad estaba dividida en siete distritos. El distrito central era un complejo de rascacielos conectados entre si por puentes levadizos. Estos rodeaban el Bismax. El Bismax era una monstruosa macroestructura con forma de cohete, que se conectaba en diferentes puntos de su contorno a través de puentes con el resto de rascacielos. Era el edificio más alto y ancho de la ciudad, y en dónde además residía el Adalid.  La periferia de estos colosos de la construcción era un conglomerado de chabolas hechas con los restos metálicos de las máquinas que ya no servían. Estos suburbios se conformaban en los seis distritos restantes. Estos a su vez estaban cercados por un muro tan alto como los rascacielos que los ensombrecían. De él crecían seis torres. Una por cada distrito de la periferia.

En cada una de estas torres había un túnel subterráneo comunicados con seis lugares ajenos que servían a Oztral. Estos eran las Minas de Litrion, las Granjas de Romza, los Campos de Exterminio, el Laboratorio de Ezdem y otros dos llevaban a un vertedero de restos de maquinaria inservible.

De los vertederos salían los materiales con los que nos fabricábamos las casas. Claro que no eran de gratuita adquisición. Había todo un mercado negro de basura controlado por las mafias. El gobierno encontró en estas un aliado para controlar los suburbios, y éste se lo pagó otorgándonles el control del túnel de la basura. Del mismo modo, muchos de estos capos de la mafia  conseguían entrar en puestos de la burocracia estatal con el tiempo. Un negocio redondo en el que todos salían ganando. Todos menos los que malvivíamos en los suburbios.

Las Minas de Litrion y las Granjas de Romza eran colonias de obreros humanos y autómatas trabajaban su explotación. La vida en aquellas colonias no era mucho mejor que en los suburbios. Lo cierto era que en pocos casos sus obreros iban a trabajar allí de forma voluntaria. Los individuos mecánicos habían sido creados para servir al hombre y no para decidir, y los de nuestra especie solían estar cumpliendo alguna clase de condena inferior trabajando como esclavos.

Por otro lado, estaban los Campos de Exterminio y el Laboratorio de Ezdem. Nadie sabía a ciencia cierta que había en ninguno de los dos lugares. De los campos decían que llevaban tanto a enemigos del régimen como individuos que no tuvieran ningún tipo de utilidad para la sociedad. Se contaba que allí eras sometido a todo tipo de torturas inhumanas: flagelaciones, mutilaciones, humillaciones, etc. Todo lo que te arrebatara la condición de ser humano era bienvenido en los campos, y cuando los verdugos habían decidido que la habías perdido al fin, te daban una muerte lenta y dolorosa. Tampoco eran alentadoras la poca información que llegaban de los experimentos que se realizaban en los laboratorios. Corrían sucesos escalofriantes. El gobierno decía que aquel lugar era un paraíso para el progreso de la ciencia, que trataba desde mejoras en la ciencia médica hasta nuevos y más avanzados aparatos que mejorarían nuestras vidas. Algo bastante cínico por su parte ya que la única vida que mejoraban era la gente del distrito central. Casualmente aquel era el distrito donde residían y trabajaban las personas de más importancia para el régimen. Desde soldados rasos hasta nuestro supremo conductor, el Adalid Hitcov. Sin embargo, los esfuerzos del gobierno por tratar imponernos un pensamiento único nunca consiguieron por completo el objetivo. Por el contrario las leyendas urbanas siempre han poseído ese toque místico que tanto nos atrae a los seres humanos, y que por algún misterioso motivo, siempre nos ha encantado creerlas. La verdad era que la leyenda hablaba de experimentos con seres humanos que trataban de perfeccionarse. Una nueva raza de superhumanos. No eran pocas las voces que decían que el propio Hitcov se había sometido a esos experimentos. Algunos afirmaban que uno de esos experimentos era el que le había convertido en una máquina sin sentimientos. Aunque caían por su peso, pues no era el primer hombre máquina. Yo mismo tenía parte de máquina, y no era un superhumano. Algo se tramaba en aquellos laboratorios, algo con lo que todos se animaban a especular. No obstante, había algo claro. Fuese lo que fuese precisaba de vidas humanas para hacerlo, y nadie quería imaginarse que clase de atrocidades se tenían que ejecutar para llegar al ansiado superhumano.

Nuestro plan empezaba con la infiltración de la banda en la torre que conectaba con las Granjas de Romza, la de nuestro distrito. Los cargamentos llegaban cada viernes primero de mes, y de vez en cuando, llegaba otro cargamento a mediados. Aquel día era viernes tres de octubre, y llegaba el cargamento. Así que me acerqué a la mesa, chasqué los dedos para que todos se acercaran a los planos de la mesa central, y empecé a repasar el plan.

- !Steiner¡ -
- ¿Si? - respondió Steiner.

Steiner era el encargado de distribuir los alimentos en los distintos mercados de nuestro distrito. Era un encargado más de la logística la Torre de Romza. Un día le pidieron ayuda para llevar el cargamento a la zona superior de la torre. Al ver la cantidad desproporcionada de víveres que iban dirigidos para el barrio central se dio cuenta cuan injusto era el reparto. Mientras la periferia pasaba hambre, al Adalid y su alta burocracia tomaban festines cada día. No hizo falta mucho para convencerle de que se uniera a nosotros. Había visto morir a su hermano de hambre cuando sólo tenía 13 años por alimentarle a él.

- Tu privilegiada posición como distribuidor de los productos alimentarios en los distintos mercados del distrito nos confiere una ventaja estratégica que no podemos desaprovechar. Debes colarnos en tu camión cuando toque devolverlo al almacén ¿Entendido? - Steiner me lanzó una mirada de aprobación y sin más demora salió por la puerta del cuartel general para comenzar su trabajo. En ese momento proseguí con la explicación.

- Son las 6 am. Steiner acabará el reparto a las 9 en el mercado de Jeijvic. Nosotros deberemos esperarlo escondidos por la ruta que tomará para volver a la torre. No podemos esperarlo en el mercado. Es un sitio público y estará lleno de chivatos de las mafias, e incluso algún que otro policía estatal infiltrado. Deberemos montarnos con el camión en movimiento por las calles alternas por las que circulará. Por desgracia, los transportes del gobierno tienen una ruta marca y los conduce el ordenador central. Por suerte para Steiner, durante estos años él sólo es el encargado de descargar el camión en los mercados, y dar el OK al ordenador para que el camión continúe la ruta. No os preocupéis si os ve alguien al subiros al camión. En las calles del distrito no les suele importar una mierda los asuntos ajenos. Salvo si eres un hombre de Wildman. Pero estos ya no patrullan por las calles. Desde que nos cargamos a varios de sus hombres prefieren centrarse más en los lugares públicos que en las calles angostas y oscuras del distrito Alfa. En cualquier caso, si veis a alguien sospechoso. Matadle ¿Entendido?
- ¡Si! - respondieron todos al unisono. Me detuve un momento a meditar, y proseguí la explicación. Lo cierto, es que el plan era más complejo de lo que parecía.
- Una vez dentro, esperaremos a la señal de Steiner para salir del camión. Él nos esperará en la cabina de cámaras, así que nos dirigiremos con diligencia hacia allí. En interior de ésta, y con el vigilante en fuera de juego, uno de nosotros se colará por el conducto de aire para llegar a los vestuarios. Allí robará los uniformes del personal de logística que utilizaremos para acceder a la azotea, dónde se encontrarán los fletes llenos de comida para nuestros innaccesibles amigos del distrito central - Se oyeron risas - Actuad con normalidad cuando los llevéis puestos. Recordad que los funcionarios del gobierno no se suelen conocer. El gobierno los cambia frecuentemente de puesto para que no establezcan ningún vínculo sentimental entre ellos. Una vez dentro actuad como si tuvierais un objetivo fijo, nadie os preguntará el motivo. Ellos actúan así -
 - ¿Y si lo hacen? - preguntó Rainen.

Rainen era el miembro más joven de la banda. Tenía 20 años. Decidió afiliarse cuando un policía le cortó los dos brazos y por dibujar una tira cómica del Adalid haciendo manitas con los capos de las mafias. Al ver que ya nunca más podría dedicarse a su gran pasión, vendió toda su creación artística para crearse dos brazos robóticos con ciertos instrumentos destructivos. Los nuevos brazos de Rainen eran un saco de sorpresa. Tenía incorporados todo tipo de armas de fuego, además de un gran repertorio de herramientas para abrir puertas, agujerear paredes blindadas y un largo etc.

- A todos los miembros del personal les dan un dispositivo móvil donde, además de encontrarse su número de identificación, contiene las tareas que deben ejecutar cada día. Ekdal se encargó de fabricar uno para cada uno -

Ekdal era un hacker de gran renombre en aquella época en el mundo virtual. Se unió a nosotros por una cuestión de grandilocuencia. Quería demostrar al mundo la grandeza de lo que él denominaba un arte ¿Y qué había más grande que derrocar un régimen?

- Si os llaman la atención, enseñadlo. -
- Okey makey. - respondió Rainen
- Una vez arriba, nuestro objetivo es colarnos en el helicóptero que irá dirigido al edificio de la cúpula de luces. Al igual que la flota de camiones, los helicópteros también tienen un número de identificación. El número del helicóptero que se dirige a nuestro destino estará en vuestro dispositivo ¿Ha quedado claro? -
- ¡Si! - respondieron todos.
- Llegados a este punto, estad atentos porque la verdadera dificultad empezará ahora. El Bismax es un laberinto lleno de grandes salas y pasillos. Sabemos con certeza que el Adalid cada viernes acude a su reunión semanal con sus ministros, para saber que se trama en todos sus dominios. Esta junta semanal se congrega en la Sala del Consejo. La sala estará altamente protegida, y tendremos los treinta minutos para llegar a ella. Ni un minuto más. El programa de Ekdal colapsará el ordenador central del edificio y no nos concederá más tiempo, ya que ese el tiempo que tardará en reiniciarse la computadora. Una vez fuera de servicio el sistema que controla el Bismax deberemos dividirnos en grupos. Llegaremos a la planta 233 que conecta con la azotea del rascacielos donde aterrizará el helicóptero. Cuando entremos al edificio, todo estará lleno de guardias protegiendo la zona, y tendrán orden de disparar a todo intruso. Y el personal de logística lo es. Por lo tanto, la facción Steiner servirá de señuelo para llevar a los guardias hacia la facción de Rainen. Una vez esté toda la cuadrilla de guardias frente a las dos facciones, la orden es clara. Fuego a discreción. Puesto que el ascensor estará fuera de servicio, deberemos ir por las escaleras. Así que mientras estáis en plena batalla campal, Ekdal y yo nos dirigiremos, por los pasillos paralelos, a la escalera custodiada eliminando a sus guardias. Sobretodo, tratad de eliminar a todos los guardias, no podemos permitir que algún rezagado se escape llegue a la escalera antes que Ekdal y yo. Nosotros trataremos de cubrir el otro flanco para que ningún guardia pueda llegar a escapar de vuestro fuego de alcance, y así avisar a los otros. Rainen está y os ha dotado de todo tipo de armamento para eliminar escuadrones de ejércitos enteros. Usadlos con inteligencia y precisión para que lleguemos sin ningún contratiempo a las escaleras. Luego robaremos los uniformes, y subiremos para pasar inadvertidos en el nivel dónde está el consejo. Tened en cuenta que una vez bloqueado el sistema central reforzarán la seguridad. Si atravesamos los pasillos con sus uniformes no levantaremos sospechas. Eso si, cuando lleguemos a la puerta de la sala disparar a sus guardias porque no nos dejarán pasar -
- Una última pregunta ¿Por qué no volamos el edificio entero? ¿No tenemos suficiente armamento para destruir ejércitos? ¿Y lo más importante, cual es el plan de huida? Desde que empezamos urdir el acto, no hemos hablado de ello -
- Lo tenemos, y posiblemente podríamos hacerlo si nos lo propusiésemos. Pero destruir un edificio de tales magnitudes necesitaría una carga tan sumamente enorme que pondríamos en peligro a la gente inocente de los distritos. No hay plan de huida. Hay uno pensado por si nos sobrara tiempo y el sistema continuara colapsado el suficiente tiempo para salir del edificio.  En cualquier caso quedaría atravesar el distrito central, y aun superando ese obstaculo no tendríamos donde escondernos. Todos los edificios, incluido el de la cúpula de luces, están llenos de cámaras. Identificarían nuestros rostros y pondrían precio a nuestro cabeza en toda Oztral. Pase lo que pase estaremos muertos. Por eso no podemos fallar. Esto no será un caminito de rosas, será avanzar hacia nuestra muerte triunfemos o no en nuestra empresa. Así que quien quiera abandonar que lo haga ahora o muera a nuestro lado -

Se hizo el silencio durante unos segundos que se convirtieron en una eternidad, y al fin, enfervorizado por un espíritu guerrero, Rainen gritó - ¡Muerte al Adalid! - Al instante todos nos unimos a él al unísono y cruzamos la puerta que nos llevaría hacia nuestro fatal destino. No sabíamos si seríamos recordados como héroes o asesinos, pero ya nada importaba. Nuestra convicción en que caído Hitcov, caído el régimen era superior.