Llevábamos casi una hora esperando y Steiner todavía no llegaba. El frío de la mañana seguía calando hondo, y no podía dejar de maldecir a Steiner por su tardanza. Llegaba quince minutos tarde ¿Le habría pasado algo? Pensé que descargar un camión no es una tarea que se pudiera cronometrar con tanta exactitud. Así que traté de aguantar aquel frío glacial, y seguí esperando.
Ekdal estaba a mi lado, un tanto nervioso e impaciente. Parecía más tenso que yo incluso. Le di un empujón con el hombro para llamar su atención. Me miró algo sorprendido y luego sonrío.
- ¿El gran Ekdal está nervioso? -
- No es eso. -
- ¿Entonces? -
- ¿Recuerdas por qué me metí en esto? -
- Si, querías grabar tu nombre en los anales de la historia del mundo virtual. -
- Exacto. -
- Sigo sin cogerte camarada ¿Qué sucede? -
- Es muy bonito pasar a la historia. Pero ¿De que te sirve si no estás vivo para saberlo? ¿Y si sale mal? Seremos borrado del mundo, de la existencia. Igual seríamos noticia los dos primeros días. Luego, después de que nos ejecutaran, seríamos borrados de los archivos y nunca más se volvería a hablar de nosotros. Nuestra hazaña no serviría para nada. -
- Por eso no podemos fallar. No debes preocuparte por ello. Si lo conseguimos pasaremos a la historia. No lo dudes. Nuestro acto será el principio de algo nuevo. Muramos o no en el intento, no importa. Lo que importa es que habremos comenzado algo que otros como nosotros continuarán. Nosotros abriremos la veda. No somos los únicos en contra de este podrido sistema, pero si seremos los primeros en hacer algo contra él. Si esto funciona, el resto pensará que es posible acabar con el sistema. Es algo simbólico ¿Entiendes? -
- Supongo que tienes razón. -
A pesar de su respuesta, seguía sin parecer muy convencido de lo que le había dicho. Notaba a Ekdal disperso. Como en otro lugar. Algo parecía atormentarle.
Pasaron otros diez minutos hasta que el camión de Steiner cruzara ante nosotros. Vi como Rainen y otros camaradas salían corriendo desde los oscuros callejones hacia el transporte. Ekdal y yo esperamos a que pasara por delante nuestro. Cuando al fin lo hizo, corrimos a una velocidad endiablada para atrapar el camión y entramos en la parte trasera.
Una vez dentro permanecimos en silencio mirándonos los unos a los otros. Todos estábamos con el semblante serio e impasible. Todos excepto Ekdal, que se le veía inquieto. Por un momento creí que bajaría del camión.
- ¿Recordáis todos el plan? -
Todos asintieron. Parecían estar totalmente convencidos de lo que íbamos a hacer. Hubiera dado cualquier cosa por saber lo que pensaba cada uno en aquel momento. Aunque supuse que sería algo parecido a lo que yo pensaba. Por mi parte, no se me quitaba de la cabeza que avanzaba hacia mi propia muerte, y que no me obligaban a ello, si no que lo hacía por voluntad propia. Algo así como un suicidio. Eso si, sería un suicidio por una noble causa. Pero no pude evitar que se me pasara por la cabeza una incógnita difícil de contestar ¿Era morir matando algo noble? Pensé en la ironía que suponía, pero luego recordé que no pretendíamos ser éticos con nuestras acciones. Sólo perseguíamos un objetivo, y con el tiempo que fuera la propia sociedad quien nos juzgara. A veces el fin justifica los medios, especialmente cuando hay otro medio para conseguir algo. Yo quería pensar que la sociedad nos juzgaría teniendo en cuenta eso.
El camión dejó de moverse y oímos la puerta de la cabina abriéndose. Steiner se dirigía a noquear al guardia en aquellos momentos. No tardó ni cinco minutos en volver a por nosotros, y cuando llegó le seguimos hacia donde el guardia atado y amordazado descansaba plácidamente. En la garita había un escritorio con varios monitores colgados en la pared. Desde estos se observaban los distintos puntos del hangar de camiones. En la silla de ruedas, yacía el vigilante. Parecía feliz. Seguramente era la primera vez que descansaba en muchas horas.
Ekdal se ofreció a trepar por el conducto de aire e ir a por los monos de trabajo reglamentarios. Pasaron veinte largos minutos en los que uno pensaba si el plan saldría bien. Saliera como saliera, ya era demasiado tarde para echarse atrás. Finalmente Ekdal llegó con los trajes. Nos los entregó junto con el dispositivo móvil.
Una vez vestidos nos dirigimos al ascensor para subir a la parte alta de la torre. El ascensor tardó casi diez minutos en llegar hasta allí. El ascenso se hizo interminable. Por momentos pensé que nos dirigíamos hacia el cielo nublado, hasta que al fin el timbre del ascensor nos alertó de que estábamos en la planta.
Al salir nos encontramos con algo verdaderamente extraño para nosotros. La luz del nos daba de lleno. La mayoría nunca habíamos visto tanta luz solar, tanta calor concentrada en un punto. Era increíble. Los rayos del sol en los distritos eran casi un mito. Aunque había lugares específicos donde en algún momento del día estos se posaban y podías disfrutarlo durante unos pocos minutos. Pero aquello era la magnificencia absoluta. El cálido halo de luz que proyectaba la bola de fuego nos emocion.
La azotea era una gran pista de aterrizaje llena de helicópteros. Había hasta siete de ellos. El ascensor estaba en el centro. A su alrededor había tres montacargas. Si trazabas tres líneas juntando los puntos formabas un triángulo isósceles. Alrededor del triángulo estaban situados los helicópteros.
Nosotros nos dirigimos al montacargas más próximo al C045. Era el helicóptero que más desentonaba. Era el más grande y estaba equipado con armas de fuego, y el que se dirigía al Bimax. No obstante, yo no pude aguantar la curiosidad y fui a mirar que había en las afueras de la ciudad. Me desvié un poco de donde estaba el C045 para asomarme. La imagen que se descubría ante mis ojos me dejó atónito. Un inmenso océano dónde no se distinguía nada más que agua, y más agua en el horizonte ¿Estaba Oztral construída sobre un océano? Pocos habitantes del distritos pobres debían saber que había a las afueras, ya que estos no solían ver más allá de ellos. Yo era uno de los pocos que sabía que rodeaba Oztral en aquel momento. Al menos, hasta que aquel guardia empezó a hablarme.
- ¡Tú! Vuelve al trabajo y deja de mirar hacia las afueras. Por mucho que quieras huir no lo conseguirías. Ya has visto que estamos rodeado de un océano de agua salada, aunque no lo que rodea Oztral es h2o. -
- ¿Eh? -
- Nada, vuelve al trabajo compañero. No hagas que te abra un expediente disciplinario. -
- ¿Qué hay en el otro extremo? -
- Hay otro océano, pero de arena. Oztral está construida en la playa de un desierto. -
- ¿Dónde están las minas y las granjas entonces? -
- Vuelve al trabajo pedazo de escoria. -
- Enseguida. -
Aquel hombre tenía una voz metalizada. Su gorra y gafas de aviador ocultaban su rostro y a pesar de su voz no parecía uno de esos severos policías del gobierno. Su forma de andar era extraña para un guardia. Se movía como una gacela. Parecía que se deslizara a través del aire. Sólo las mujeres se movían así, y sólo una clase de mujeres: las de los suburbios. Algo me decía que aquella persona estaba metida en algún tipo de asunto como el nuestro. Aunque había oído hablar de un cuerpo de seguridad secreto que había en el gobierno llamado los Condotieros. Aquel cuerpo estaba formado por personas que vivían en los distritos pobres y se les pagaba un dinero por hacerse pasar por ciudadanos de los distritos pobres e infiltrarse en aquellas sociedades clandestinas que se encontraban debajo de la ciudad. A veces incluso se infiltraban en las mafias para tenerlas controladas tramaban. Aunque desde que las mafias se convirtieron en un ente que servía al gobierno, los condotieros casi no tenían razón de existir. Así que muchos de ellos acabaron ocupando puestos de pocamonta, mientras el resto seguiría en el subsuelo indagando sobre que conspiraciones se estaban gestando contra Hitcov. El guardia tenía pinta de ser uno de esos condotieros relegados a puesto de menor importancia. Fuera quien fuera, tenía un objetivo y casi lo echaba a perder por soñar despierto.
Sin más demora, volví a cargar las cajas de suministros en el helicoptero junto al resto de mis camaradas.
Ya habíamos terminado el trabajo cuando el guardia de antes se dirigió hacia nosotros:
- ¿Cual es vuestro helicóptero?
- !Éste, señor¡- respondí yo.
- No puede ser. Dejadme ver vuestros dispositivos.
Se los entregamos. Los miró con cara de incredulidad. El falso dispositivo había funcionado. Sin embargo, el guardia se mostraba reacio a creerlo. No se fiaba de nosotros, y nosotros tampoco de él. Yo todavía creía que aquella persona que había detrás del uniforme era sospechosa ¿Sería de la policía secreta? Era imposible, puesto que excepto Steiner por su trabajo, habíamos permanecido juntos durante todos aquellos meses. No se nos podía escapar ningún tipo de posible infiltrado ya que de ser así lo hubiéramos detectado. Pero aquel tipo sospechaba algo.
- Subiré con vosotros. -
Todos nos miramos y asentimos. Steiner levantó su pulgar sin que el guardia mirada y se lo acercó al cuello. Su gesto fue claro: había que liquidarlo.
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