Hitler una vez dijo que la solución a todo sufrimiento era justamente la inexistencia. No era de extrañar que una mente tan sumamente perturbada y frustrada por sus continuos fracasos pensara que esa era el gran remedio contra su enfermedad. De hecho, si algo quedó para el recuerdo, además de su purga de judíos, gitanos, eslavos y todo aquel que no cumpliera con su prototipo de pureza, fue su vida fracasada. Su fracaso como pintor, su fracaso como Furher del pueblo Alemán, y su fracaso en sus objetivos genocidas. Porque al fin y al cabo fracasó, y la prueba viviente de ello es el recuerdo de su final.
Y es en el recuerdo que a mi me gustaría centrarme ahora, porque si bien es cierto que no hay algo peor que existir, también lo es irse a la tumba siendo un mal recuerdo, o peor aún, no siendo un recuerdo. Y es entonces cuando pienso ¿Cómo debe ser existir sin existir? y algo todavía peor, ¿Existe gente que no existe?, y lo cierto es que la hay.
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