miércoles, 15 de agosto de 2012

Anotaciones de un simio 3

El ciclo vital de nuestro mundo es crudo y duro, pues el mismo que un día nos engendró, algún día nos despojará de nuestra propia existencia. Y que me partan mil rayos si no hay mal peor que el dejar de existir. Reducido toda una eternidad a ser nada. A dejar de sentir, a dejar de soñar, a dejar de percibir esos instantes llamados felicidad que tanto nos gusta a los seres humanos.

Hitler una vez dijo que la solución a todo sufrimiento era justamente la inexistencia. No era de extrañar que una mente tan sumamente perturbada y frustrada por sus continuos fracasos pensara que esa era el gran remedio contra su enfermedad. De hecho, si algo quedó para el recuerdo, además de su purga de judíos, gitanos, eslavos y todo aquel que no cumpliera con su prototipo de pureza, fue su vida fracasada. Su fracaso como pintor, su fracaso como Furher del pueblo Alemán, y su fracaso en sus objetivos genocidas. Porque al fin y al cabo fracasó, y la prueba viviente de ello es el recuerdo de su final.

Y es en el recuerdo que a mi me gustaría centrarme ahora, porque si bien es cierto que no hay algo peor que existir, también lo es irse a la tumba siendo un mal recuerdo, o peor aún, no siendo un recuerdo. Y es entonces cuando pienso ¿Cómo debe ser existir sin existir? y algo todavía peor, ¿Existe gente que no existe?, y lo cierto es que la hay.



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